Historias de reparación

Confesiones de una traductora en iFixit

Quiero confesarles algo. Antes de comenzar a trabajar en iFixit nunca había reparado nada. Pero nada. Era una de esas personas que cuando se me rompía algo, entraba en pánico, empezaba a sudar pensando en lo que me iba a costar llevarlo a reparar, o le pedía a mi media naranja que se encargue de arreglarlo.

De pequeña, crecí rodeada de hombres técnicos y reparadores. Mi papá y mi abuelo se encargaban de realizar los trabajos de reparación del hogar. Crecí con la noción que reparar no era un trabajo de mujeres y siempre había un hombre que estaba allí listo para sacarte del apuro. Es más, si alguna mujer se atrevía a tratar de reparar algo, aparecía un hombre al rescate para darte consejos o salvarte de la tarea. 

Existe una tendencia en mi familia, y en la mayoría de las familias de mis amigas, que es difícil de ignorar. Todos los reparadores son hombres. Se dedican a hacer cosas, a reparar,  a construir y a jugar al fútbol. Luego se juntan a tomar una cerveza y ver un partido. 

Nunca me importó. No grité, no lloré o puse mala cara, ni pedí mi propio juego de herramientas. Las cosas eran así y no había razón para cuestionarlas. Estaba perfectamente bien dejando que los chicos fueran chicos. No arreglé porque no me enseñaron a arreglar. Y en algún momento, dejé de preocuparme por aprender.

Eso no significa que sea indefensa, ni mucho menos. Me animaron a ser independiente, inteligente, capaz y orientada a la carrera. Nunca me han faltado modelos femeninos. 

Entonces comencé a trabajar en iFixit. Para ellos, reparar era algo más que una acción. Era un estado de ánimo. Y lo que decían tenía mucho sentido: Arreglar cosas es bueno para el medio ambiente, ayuda a los niños mineros de los países en desarrollo, te ahorra dinero.  No hace falta salir corriendo a comprar algo nuevo y generar aún más basura. Genial, estupendo, lo entiendo. Pero aún no me lo había creído. 

Empecé a traducir guías de reparación de todo tipo de dispositivos y se me ocurrió que yo también podía hacerlo. Quería hacerlo, pero aún no me animaba. No quería tomar riesgos y terminar con algo más roto y llenarme de desilución. 

Hasta que un día, mientras trabajaba desde mi casa, derramé algo de café en mi trackpad. Entré en pánico. No sabía qué hacer. Recordaba haber traducido guías de reemplazo, pero todavía tenía mis dudas. Hablé con Megan Costello, una de mis compañeras en iFixit,  que me recomendó cambiar el trackpad. Casi me pongo a llorar.  Entonces me armé de coraje, busqué mi propia traducción de la guía y me dispuse a usar por primera vez el set de herramientas que iFixit me había regalado el primer día que comencé a trabajar y que estaba juntando polvo en uno de los muebles de cocina.

Debo decir que me temblaban las manos y sudaba, pero también me sentía empoderada. Me llevó bastante tiempo y casi me doy por vencida, pero lo logré. Había vencido mi miedo, había logrado reparar algo con mis manos. Me sentí increíble.

De allí en adelante, empecé a usar las guías de iFixit para todo. Mi primer iPhone 5s había dejado de funcionar hace años. No podía conectarse y no tenía señal inalámbrica. Decidí abrirlo y cambiar la antena inalámbrica. Esta vez me sentía más cómoda. Pensé que no tenía nada que perder y quizá sería divertido. Hace unas semanas logré reparar mi viejo lavavajillas. El pobrecito ahora sigue funcionando sin problemas y debe tener ya más de 20 años. 

Sin quererlo me convertí en una reparadora. Nunca pensé que lo sería ya que pensaba que reparar era algo solo para chicos. Por eso, me siento afortunada de ser parte de iFixit. Me enseñó a ser más independiente y además a ayudar a reparar el mundo, un dispositivo a la vez.